INCOMODIDAD Y VULNERABILIDAD EN LA INVESTIGACIÓN SOCIAL. TENSIONES Y APERTURAS

Por Andrea García González

La incomodidad como potencia. La incomodidad como emoción que desde el cuerpo nos permite identificar la violencia, las violencias -las que recibimos y las que ejercemos. La incomodidad que desvela violencias normalizadas, tanto dentro como fuera del ámbito académico. La incomodidad que en nuestra práctica investigadora, al igual que sucede con otras emociones, muchas veces tratamos de ignorar. Explorar las emociones, identificar la incomodidad y reconocer la vulnerabilidad, es sustancial al desarrollo de una práctica de investigación que pueda resultar transformadora.

Los análisis de académicas feministas como Megan Boler (1999), Sara Ahmed (2014, 2017), April Petillo (2020), Rachel Chadwick (2021) o Elona Hoover (2022) me ayudan a explorar la incomodidad en mi propia práctica investigadora. El sistema heteronormativo, en el planteamiento de Ahmed, generaría espacios en los que ciertos cuerpos se encuentran cómodos y excluye a otros que no encajan en esas formas. La incomodidad de quien no encaja puede llevar a desvelar la norma y potencialmente transformarla. Desde otro lugar, el de la complicidad con las estructuras de poder, April Petillo nos apela a escuchar desde la incomodidad para cuestionar nuestros propios privilegios. ¿A quién damos autoridad en el saber? En la estructura académica, el reconocimiento del saber se asocia a ciertas pautas, a normas en la expresión, en la forma de estar y hacer. ¿Nos revolvemos, incomodamos en nuestras sillas, cuando escuchamos/leemos a alguien que no encaja con nuestras expectativas de transmisión del saber? ¿Qué revela esa incomodidad sobre nuestra relación con las estructuras de poder?

Me detengo a reflexionar sobre el proceso de escritura de uno de mis últimos artículos. Explorar la incomodidad que sentí en la escritura, y de la que traté de huir, me sirve para analizar mi relación con las estructuras de poder en las que estoy imbuida. Ante mis miedos a ser juzgada, a ser etiquetada, rechazada al exponerme de forma vulnerable en relación al estudio que llevo a cabo sobre el conflicto vasco, decidí adoptar una voz en la que he sido entrenada como expresión que genera legitimidad en el conocimiento académico: una voz asertiva y contundente que pretende esquivar el desequilibrio, la vulnerabilidad y la aparente fragilidad de la contradicción, el tambaleo y lo inconcluso. Refugiándome en esa norma, generé una forma de representar las experiencias de aquellas que participaron en la investigación que podía llevar a cometer violencia epistémica hacia las mismas y hacia otras personas lectoras. Las compañeras feministas, con las que trabajaba en el monográfico en el que se incluía el artículo, me alertaron sobre ello y sobre lo fácil que resulta volver al espacio confortable de la normatividad, resguardarme bajo las mismas estructuras de poder que pretendo desafiar.

“Al estudiar la violencia, te atrapa como investigadora”, me dice una amiga cuya investigación también se centra en el conflicto armado vasco. Indago entonces en la incomodidad que me generaba lidiar con mis miedos, a través de la escucha de los silencios que quise sofocar. Los dos lados. La violencia de las dicotomías que tan presente está en conflictos armados como el que estudio, que está en la base de las múltiples violencias, también está en mí. Me permea. El miedo a la otredad, el miedo a ser emplazada, colocada en un otro. Con nosotros o con el otro. Ineludible cuando cada palabra está recubierta de confrontación: conflicto/terrorismo. Palabras que se me atraviesan, que sofocan, que no permiten respirar, que no me permiten escuchar. El discurso, la palabra generada a contrarreloj y bajo miedos hacia los que no quería mirar me llevaron a absorber las experiencias de otros. Mis miedos cubrieron mi respiración y hablé y hablé, con una voz que intentaba evitar el ser etiquetada, el ser emplazada en uno de los dos lados, algo probablemente inevitable, ineludible, por mucho aliento que dejara por el camino. “Al estudiar la violencia, te atrapa como investigadora”.

Detectar la incomodidad, explorar las emociones, pasa por el cuerpo, pasa por el respirar. “La pedagogía de la incomodidad es una pedagogía sobre los cuerpos”, afirma Megan Boler (1999: 196). Para escuchar es necesario ser capaz de respirar. Las demandas de productividad, los miedos, las expectativas, las fechas de entrega, las interpretaciones de lo que es valorable y exitoso, las desigualdades enraizadas… nos impiden respirar. Cuando no respiro, ni escucho ni entiendo. Con el apoyo de mis compañeras, pude conectar con mi vulnerabilidad, exponerme a ella mientras me siento protegida. Apoyada en mi vulnerabilidad, exploro los miedos y la incomodidad que me generan. De esta manera, esos miedos no bloquean mi respiración ni mi movimiento. Atiendo a esa incomodidad con curiosidad, sin culpa pero con responsabilidad.

Para terminar, quisiera resaltar precisamente la importancia de ese apoyo. La escucha de la incomodidad y el reconocimiento de la vulnerabilidad puede generar movimiento, tiene mucho potencial, pero su apertura también puede ser agotadora o puede ocasionar dolor. En este sentido es importante el apoyo: el apoyo de la comunidad, de los lazos que nos sostienen y protegen, que en colectivo nos impulsan a descubrir, nos cuestionan con respeto, nos abrazan a través de las palabras, de complicidades, de encuentros virtuales o presenciales. La dimensión colectiva del conocimiento es importante cuando apostamos por la transformación. Es indispensable.

REFERENCIAS

Ahmed, Sara. (2014) The Cultural Politics of Emotion. 2nd ed. New York: Routledge.

Ahmed, Sara. (2017) Living a Feminist Life. Durham: Duke University Press.

Boler, Megan. (1999) Feeling Power: Emotions and Education. Psychology press.

Chadwick, Rachelle. (2021) “On the politics of discomfort.” Feminist Theory, 22 (4), pp. 556-574.

Hoover, Elona y Andrea Garcia-Gonzalez (Eds.) (2022) “Discomforting Ethnographic Knowledges”. Borderlands 21 (2). (en prensa)

Petillo, April. (2020) ‘Unsettling Ourselves: Notes on Reflective Listening beyond Discomfort’, Feminist Anthropology, 1(1), pp. 14-23.